Tony, un padre muy estresado por su ajetreada vida, intentó acostar como otras veces a Laura, su hija pequeña de cinco años. A pesar de no poder con todo lo que debería tener listo para el día siguiente, el padre se sentó al lado de la camita de su hija y comenzó a contarle un bonito cuento. Así pasaron 20 minutos, pero la niña no se dormía. De repente empezó a llorar. Al padre no se le ocurrió otra cosa que cantar la cancioncita de cuna que más le gustaba a su hija:
– ¡Duérmete niña! ¡Duérmete ya! ¡Que viene el coco y te comerá!
Tony repitió la cancioncilla unas cuantas veces cada vez más bajito hasta que Laura consiguió calmarse y conciliar el sueño. Una vez que consiguió dormir a su hija se levantó, le dio un besito y entornó la puerta de su habitación.
Pasaron unos minutos, la niña esperó a que su padre continuara preparando las cosas del día siguiente. En realidad sólo había fingido llorar para que Tony terminase por cantarle la canción del coco. Ella y su amigo Dolly, un viejo coco de los suburbios más oscuros de la ciudad de Madrid, sólo podían verse si cualquier humano invocaba su presencia delante de Laura para cuidarle. En realidad todos tenemos un coco que nos corresponde mientras somos niños. Lo que dice la canción son meros prejuicios, como tantos otros.
La niña se enderezó y echó un vistazo por la habitación. De pronto unos diminutos ojos aparecieron en la oscuridad y parpadearon unos segundos. Dolly se dirigió a la niña, saltó a su cama y se acurrucó a su lado. Poco después, Laura se quedó profundamente dormida al sentir el calor que desprendía el coco mientras acariciaba su abundante pelo.
1 comentarios:
Que bueno... debiste leerlo en clase! Me gusta!!
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